Tizgui Remz
Sabía que estaba en una zona militar prohibida a los
turistas pero quería visitar aquel oasis a toda costa. Aquella fotografía del
oasis de Tizgui Remz fue la que me metió el gusanillo del Sahara entre ceja y
ceja. Volvía a la civilización después de veinte días nomadeando por el Sahara
Atlántico y ya no me importaba que me expulsaran de allí. Estaba decidido.
La pista va en paralelo a un río y llegado a la altura del
oasis debo cruzarlo. Busco un camino que lo cruce, esa zona estuvo minada y
solo debo pisar sobre huellas recientes y bien marcadas. La espesa y alta vegetación del
río, cañas, me impiden ver el otro lado por lo que continuo por una
estrecha pista entre juncos y cañas buscando un paso.
De repente de detrás de unos juncos salen dos hombres mal
vestidos apuntándome con sus Kalashnikov.
Puse las dos manos sobre el volante bien visibles mientras pensaba: la
cagué, que bonito trofeo se van a llevar estos polisarios de los “territorios
ocupados”, Tifariti está muy cerca... Mientras uno se acercó a la ventanilla el otro permanecía
apuntándome frente al coche. Me preguntaron en francés a dónde iba, de donde
venía y si no sabía que estaba en una zona militar prohibida. Respiré
tranquilo, eran soldados marroquíes y me parecieron aún más asustados que yo.
Hablaron por radio con el puesto del oasis y me indicaron
que tomara un camino que había más adelante para llegar a oasis, uno de ellos
se vino conmigo en el coche hasta el oasis. Mereció la pena la visita, el lugar es espectacular Como es costumbre me pidieron la
documentación y les di la “ficha” con mis datos y los del coche. El comandante del
puesto era un teniente ya mayor, estaría cerca de la jubilación. Me preguntó
qué hacía por allí en una zona militar y le conté la verdad, había entrago a propósito. Se echó a reir y
me estrechó la mano de nuevo. Continuamos hablando un rato sobre mi viaje
mientras nos tomábamos unos tés.
Llevábamos más de una hora cuando le dije que me iba a
marchar ya. Me respondió que era la hora de comer y me invitó a comer con
ellos. En principio rechacé por prudencia pero me contestó que en el desierto
cuando hay comida se come, no se sabe lo que pasará después. Acepté finalmente.
Como es costumbre, el teniente cortó los trozos de cordero con sus manos y puso
en mi parte del gran plato común el mejor trozo. El tagine estaba delicioso.
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Aquello estaba lleno de militares y está fué la única imagen que pude captar furtivamente desde dentro de mi coche al salir del oasis |
Antes de irme me dio unas indicaciones para llegar hasta
Foum el Hisn sin tocar asfalto y sin ser importunado por sus colegas con la
advertencia que su versión oficial siempre sería que me mandó ir a buscar la
carretera. Todo un detalle por su parte. Finalmente llegado al cruce que me
indicó tuve serias dudas. Decidí buscar la carretera escuchando la llamada de una de mis pastelerías favoritas de Marruecos, la de Assa. Allí tomé un
delicioso batido de aguacate y un par de pasteles, o más, celebrando la visita a Tizgui Remz.
Los encuentros con los militares marroquíes en el Sahara en
general me han dejado una impresión muy agradable. Siempre es de agradecer un
rato de conversación cuando llevas días solo vagando por el desierto,
igualmente para ellos que pasan períodos de 15 días en un puesto perdido en
mitad de la nada. He comido con ellos, he dormido en algún puesto y he pasado
muy buenos ratos. Incluso con alguno que he coincidido varias veces hemos
cultivado una relación muy interesante. Le agrada que me interese el desierto,
el está allí de vacaciones, pero como comandante de un puesto de
la Gendarmería me dice que soy su responsabilidad y nunca se queda tranquilo
cuando continuo. Siempre me insiste en que siga por carretera aunque no le hago
caso. Salvo una vez que me lo ordenó y cumplí, pero eso es otra historia.
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